En 2017, tuve oportunidad de ser entrevistado por Jose Mª López Jiménez, para un artículo de la revista eXtoikos, donde aportaba mis reflexiones acerca de las plataformas tecnológicas.

Os dejo el enlace al PDF original de la revista. Espero que os resulta de interés:

1. La economía colaborativa se ha extendido a materias como el transporte, el alquiler de viviendas, los viajes, los contactos personales o las finanzas. Todo apunta a que nos hallamos ante un fenómeno llamado a permanecer y a ensanchar sus fronteras. Se trata de una realidad con una justificación económica y conductual (la eliminación de intermediarios entre el oferente y el demandante, la reducción o la supresión de los precios en comparación con los del mercado tradicional, el retorno a formas primitivas de intercambio como el trueque —aunque no de cosas, sino de servicios—, etcétera). Desde el punto de vista jurídico se suscitan numerosas interrogantes que se irán respondiendo paulatinamente. Pero, para que todo este entramado de relaciones funcione, es imprescindible la base tecnológica: ¿qué nos puede decir al respecto?

En primer lugar, quiero destacar el verdadero sentido de la economía colaborativa, que nace del enfrentamiento entre el consumo y la propiedad. La economía colaborativa propone un consumo compartido de los bienes y servicios que se antepone a la propiedad.

Se entiende que para que exista un consumo de algo basta con el acceso y su uso, no teniendo por qué concurrir una relación de propiedad. Sirva como ejemplo el conocido uso compartido que, desde la década de los años 60, se hace en Ámsterdam con las bicicletas, gracias a la iniciativa de un organismo municipal.

Si trasladamos el anterior ejemplo al ámbito privado, en mi opinión, no me cabe duda de que para el desarrollo de una actividad empresarial, dentro de un marco legal, la figura jurídica más adecuada hoy por hoy sobre la cual se podría desarrollar el modelo de la economía colaborativa sería a través de organizaciones o sociedades sin ánimo de lucro, que nada tienen que ver con las sociedades limitadas, anónimas o cooperativas.

Pero hemos de reconocer que este análisis de origen guarda escasa relación con la aplicación de la economía colaborativa en el marco actual. El principal dogma “comparto mi propiedad a cambio de alguna otra cosa, o con el fin de que no me suponga una carga su mantenimiento”, choca de frente con su sucedáneo actual, otro concepto igualmente legítimo pero bien distinto que es “aprovechar mis bienes para obtener un rendimiento económico”.

Y coincidirá conmigo en que aquí es donde nacen todas estas interrogantes a las que el marco legal deberá enfrentarse para poder obtener respuestas.

La tecnología es donde la economía colaborativa encuentra a su mejor aliado, siendo su principal impulsor. Es el canal en sí, mediante el cual se pone de manifiesto esa “oferta” en el mercado. Las herramientas tecnológicas son las que están permitiendo que los propietarios puedan “compartir” un bien o servicio.

Y es en la mayoría de estos casos donde nos encontramos con esa ambigüedad, de compañías tecnológicas que deciden que su modelo de negocio se basará en su mayoría en una economía de escala, altamente ambiciosa y lucrativa, y que consiste en poner en servicio herramientas que sirvan para que esa economía colaborativa pueda fluir.

Insisto en que no solo es completamente lícito poner como objetivo que se obtenga un lucro por ello, sino que además se convierte en algo necesario para que el servicio que se presta sea sostenible y pueda subsistir.

Pero la clave de todo no está en cuál será el modelo de negocio de la plataforma tecnológica, sino en las normas o reglas que estén contempladas de forma interna. Lo que dicha plataforma permite hacer a sus usuarios: si posibilita a sus usuarios a que también hagan negocio (caso de Uber, donde sus usuarios ofrecen tanto su vehículo como su servicio de chófer a petición de cada cliente) o haciendo que el lucro de su comunidad de usuarios no sea el objetivo (caso de BlaBlaCar, donde no compartes tu vehículo, sino el uso que tú haces con él).

Esa fusión entre economía colaborativa y plataformas tecnológicas es la que está cambiando el paradigma económico, buscando nuevas formas más productivas y eficientes de obtener un rendimiento económico, en su mayoría, sobre servicios tradicionales adaptándose a nuestro estilo de vida más actual.

Por consiguiente, he de discrepar respecto a la eliminación de intermediarios, pues esta intermediación no desaparece: las plataformas tecnológicas son las que asumen este rol, siendo indispensables para que se produzca ese acuerdo sobre el cual se comparten el uso y disfrute de ciertos servicios o productos.

2. ¿Cuáles son los mayores retos que se presentan para articular, tecnológicamente, una plataforma de la economía colaborativa? ¿Considera que son excesivas las restricciones legales o, al contrario, hay demasiada laxitud regulatoria?

Desde un punto de vista técnico, importa poco que tu proyecto sea de economía colaborativa o no. Al fin y al cabo, cualquier “app”, red social o “marketplace”, no deja de estar expuesto a las exigencias del mercado y la competitividad, sin distinción alguna entre economía colaborativa y capitalismo.

Lo que convierte a una plataforma colaborativa en una herramienta útil es su uso extendido. De poco sirve un desarrollo tecnológico impecable si luego el servicio que ofrece no es aceptado por los usuarios.

Pero, aún así, si queremos articular aquella tecnología que tenga un fin “no especulativo”, deberá ir de la mano de aspectos legislativos. Deberá contener un mensaje claro y transparente para los usuarios y no sé hasta qué punto dicha prestación de servicios puede ser fiscalizada de alguna manera distinta, para facilitar que esas plataformas puedan continuar.

Respecto a las restricciones legales, ciertamente no soy jurista, y no conozco por tanto los detalles. Pero sí que tengo la sensación de que Europa es una comunidad mucho más restrictiva que Estados Unidos. Estamos en un área que vigila constantemente a las empresas con el fin de proteger al consumidor, lo cual es un esfuerzo muy saludable y de agradecer. Aunque quizás peca de exceso de control, siendo un lastre para que puedan despegar la mayoría de las “startups” que aquí nacen, ideas de negocio innovadoras, que por su disruptiva naturaleza van dando tropiezos con cualquier normativa europea, regulación o procedimiento burocrático.

Hemos visto muchos modelos de negocio aterrizar en Europa una vez que han alcanzado ya el éxito en América (caso de Airbnb), y vienen con un pulmón financiero más que suficiente para acaparar el mercado europeo en poco tiempo, disponiendo ya de una estructura capaz de sacar provecho de los vacíos legales que encuentran por el camino o pagando con buen gusto las multas por infracciones. Y las “startups” que nacen o que pretenden desarrollarse aquí, simplemente, no pueden hacer eso.

3. Personalmente, de todos los espacios en los que la economía colaborativa ha tratado de implantarse e imponer un orden, ¿cuál le llama más la atención? ¿Hacia dónde estima que podría moverse este sector en el corto y medio plazo?

En el sector inmobiliario podemos encontrar oficinas de “coworking”, donde la intención es compartir oficinas y despachos profesionales, junto con sus gastos y recursos. Un indiscutible ejemplo de economía colaborativa que ha emergido gracias a la tecnología.

En detrimento, tenemos el alquiler vacacional, que es algo que siempre ha existido, ya sea con intención colaborativa o no. Gracias a Internet se ha visto fuertemente impulsado, con un crecimiento tan desproporcionado en algunas grandes capitales que está afectando gravemente al sector de los alojamientos regulados y haciendo saltar la alerta del tradicional sector turístico, que crea el 20 % del empleo en España y que aporta el 12 % del PIB.

Sostengo como algo indiscutible que el éxito rotundo de las plataformas tecnológicas en el sector turístico ha creado
un desorden.

Otro espacio interesante lo encontramos en el sector financiero, con la aparición de la moneda virtual o criptomonedas (“bitcoin”, etc.) y la tecnología “blockchain”. El dinero virtual nació siendo el mejor amigo de la economía colaborativa. Coincide plenamente con esa filosofía de consumo, de libre uso y ajeno a la regulación bancaria y de los Estados. Pongo en valor sus innumerables ventajas: es simple, confiable, sin intermediarios ni comisiones, permite vincular contratos, etc. Pero en mi opinión, y en vista de algunos acontecimientos ocurridos recientemente, se me antoja como algo que trata de mantener unos principios difícilmente creíbles, dado que actualmente un “bitcoin” equivale a unos 4.000 euros, lo cual me hace sospechar que por inercia está dejándose
transformar en otro tipo de moneda (o pseudo moneda) muy especulativa.

Con todo ello, salvo casos aislados, opino que el futuro de la economía colaborativa cada vez está más acorralado. En su gran mayoría servirá como ha pasado en estos últimos años: como pretexto para lanzar cada proyecto tecnológico.

4. Otro de los temas de moda de los últimos años, que no deja de estar interconectado con la economía colaborativa en un contexto de crisis financiera y cuestionamiento del trabajo por cuenta ajena, es el del emprendimiento. La creación de empresas tecnológicas como Facebook o Google ha servido para que se extienda la idea de que existe un nuevo “El Dorado” por descubrir para aquel que tenga una buena idea e incluso sin los medios suficientes se posicione adecuadamente. La economía colaborativa podría estar alentando que se multipliquen iniciativas que el propio mercado irá desechando según se constante su falta de viabilidad, y, por tanto, su inconsistencia. Le pregunto como emprendedor y profesional tecnológico: ¿es una tarea sencilla hacerse un hueco en el mercado tecnológico en estos tiempos de confusión? ¿Hay una demanda real de la economía colaborativa de profesionales de su sector? En caso afirmativo, ¿de qué perfiles en concreto?

El emprendimiento para nada es tarea fácil. Se ha instalado una falsa ilusión, fundamentada en el nada acertado principio del bajo coste que tiene abrir un comercio electrónico, donde puedes vender tu producto a todo el planeta. Obviando elementos tan imprescindibles como, por ejemplo, la inversión en “marketing” (hazte ver en un océano), el valor añadido (distinguirte entre cientos o millones como tú), la post-venta (no es lo mismo atender diariamente a dos clientes con problemas que entran en tu comercio tradicional, que atender diariamente a los mensajes de 300 clientes descontentos que además te harán mala publicidad en redes sociales), e ignorando amenazas como “a mayor mercado, mayor competitividad”, “guerra de precios”, etc.

La demanda real no existe. Vivimos tiempos de disrupción en el consumo, donde la demanda primero se crea y luego se cubre. Esto genera un ritmo exacerbado en el consumo: estar comunicados a todas horas (Whatsapp), control de mi entorno en tiempo real (“wearables”). La humanidad ha evolucionado hasta nuestros días sin tener esas “necesidades”.

En cuanto a mi sector profesional, la colaboración está a la orden del día. El desarrollo web, aplicaciones móviles, “marketing online”, diseño, sistemas y seguridad informática son disciplinas que en muchos casos van de la mano. Proyectos o clientes que requieren de la atención de distintos perfiles profesionales. Pero, en definitiva, nos nutrimos unos de otros para enriquecer o incrementar nuestra actividad profesional. Normalmente, en estas oportunidades de negocio no suele haber acuerdo de intercambio de servicios, sino que cada uno hace su acuerdo mercantil tradicional, bien con el cliente final, bien a través de su prescriptor.

5. Para terminar, le planteo una cuestión sobre el “big data”, que parece ser una panacea tanto para los empresarios como para los consumidores: para los primeros, por poder ofrecer a sus clientes un servicio personalizado y sofisticado, y, para los segundos, por la comodidad de que otro piense por ellos y le ofrezca servicios o bienes a medida. ¿Cuáles son los retos tecnológicos del “big data”? ¿Es tan sencillo predecir la conducta de los clientes acudiendo a la información acumulada por la propia empresa o adquiriendo esta información en el mercado? ¿No está en juego la privacidad del usuario, e incluso su libertad para la toma de decisiones?

Uno de los grandes retos en materia de “big data” lo tienen las Administraciones Públicas. Considero que la política de transparencia pasa por algo más que publicar el currículum y salario de nuestros gobernantes.

La ventanilla del ciudadano debe contemplar no solo tramitaciones o gestiones administrativas sino consultas en tiempo real sobre cualquier cosa que acontezca: casos de gripe detectados recientemente en los centros de salud, denuncias por agresión registradas en una concreta comisaría, consultas por malos tratos en la oficina de atención ciudadana de otra provincia, etcétera.

Si todos los estados miembros de la UE se comprometen de lleno en actualizar sus sistemas y ofrecer abiertamente una información fiable, sin duda el compromiso político para con los ciudadanos estará muchísimo más garantizado. Sin duda alguna, lo más favorable, siempre que tu presupuesto lo permita, será disponer de información de proveedores de “big data”. Explotar adecuadamente la información aislada de tu propio negocio aportará muchas cosas. Pero si además somos capaces de poder cotejar con la información que hay en el mercado global, ahí es donde encontramos la fuerza, donde verdaderamente está la anticipación en la toma de decisiones.

El “big data” en sí no es ninguna amenaza para preservar la privacidad. Sí lo serían las malas prácticas sobre cómo la empresa recolectora de información tenga diseñado su algoritmo de recogida de datos, o si los usos o hábitos de consumo están asociados a un perfil de ciudadano pero totalmente despersonalizados, no vinculados a ningún nombre y apellidos ni DNI.

Omitir la legislación al respecto (protección de datos, servicios de la sociedad de la información) sería cometer una irregularidad incluso punible.

Pero sí que considero que la toma de decisiones se irá convirtiendo cada vez más en una ciencia muy precisa. La matemática y la estadística se posicionarán frente a la intuición. Nuestro día a día se irá transformando dejando a un lado la arbitrariedad de los acontecimientos, las circunstancias dejarán de ser casualidad. Da mucho que pensar.